lunes, 27 de septiembre de 2010

Rojos

El otoño ha comenzado y se nota en las parrillas televisivas. Grandes series del verano como Entourage, nos han dejado hasta el año que viene, con los dientes largos por ver cómo termina la serie en los escasos 6 episodios que formarán la ultima temporada. Otras series que hemos comentado en este blog, como Glee y Smallville, ya han regresado para entretener a los televidentes hasta el verano que viene. Glee intentará asentarse y convertirse en un clásico de la cultura popular, y la verdad es que parece que va camino de ello. Por su parte, Smallville regresa con su décima y última temporada para intentar cerrar todas las tramas y contestar la pregunta que todos los freakies nos hacemos: "¿Veremos a Tom Welling con mallas y capa surcando los cielos?" La otra serie que aquí vamos a seguir es Boardwalk Empire, protagonizada por Steve Buscemi y que es la gran apuesta del año de HBO. El piloto ha sido dirigido por el sensacional Martin Scorsese y la verdad es que es una gozada. Tras ver el piloto creo que Los Soprano y The Wire tienen sucesor. Dejaré pasar unos cuantos episodios antes de publicar una reseña aquí.

Rojos (1981)

Rojos, dirigida por el actor Warren Beatty, es un biopic sobre el matrimonio formado por los periodistas John Reed y Louise Bryant (interpretada por Diane Keaton). Ambos fueron activistas comunistas y feministas a principios del siglo pasado. El extensísimo largometraje, de 200 minutos de duración, combina la entrevista documental (con personajes reales, aunque en un principio parezca que sea un falso documental) con la narrativa más convencional. John Reed es conocido por su crónica de la revolución bolchevique, Diez días que estremecieron al mundo, y la segunda parte del largometraje está casi totalmente situada en la Unión Soviética, convirtiendo a este filme en una especia de réplica épica a Doctor Zhivago. Comparando ambas obras, producidas en un lapso de tiempo de 16 años, diría que Rojos es ligeramente superior, aunque el filme de David Lean tenga un mensaje político con el que simpatizo más y una banda sonora magistral (este aspecto quizás sea lo más mejorable del largometraje de Beatty).



Comentar una obra con un talante político tan acentuado sin comentar la política en sí es muy difícil, así que ni siquiera voy a intentar censurarme (gran mentira, pues todo comunicador se autocensura de una manera u otra) para intentar agradar a todos los lectores. La primera parte de la película, situada en su mayoría en EE.UU. parece una parodia de los simpatizantes de la izquierda durante la Primera Guerra Mundial. Dicha sátira me parece que no ha envejecido, y que es totalmente aplicable a los rojillos de hoy en día. Al fin y al cabo, tanto John Reed como Louise Bryant provenían de familias muy adineradas y pretendían decirles a las clases trabajadoras lo que debían pensar y desear, sin ellos querer rebajar las prestaciones materiales de su vida. Así, la primera parte del largometraje discurre entre playas, chalés, apartamentos en el Greenwich Village de Manhattan. El alcohol, las drogas, el sexo sin compromiso y el seudo-arte de dudosa calidad fluían caudalosamente por la vida de estos modernillos de principios de siglo pasado. Como veis, en algunos aspectos, las cosas no han cambiado tanto. Antes incluso de que existieran los hippies y el Che Guevara hubiera nacido, ya había pijippies. Eso sí, a diferencia de hoy, dichos pijippies no tenían look de perroflauta, sino que vestían traje y corbata, y eso en sí ya los hace menos desagradables. Cerraré el comentario de esta primera parte con el testimonio de uno de los entrevistados en la película: “Todo aquel que pretende arreglar los problemas del mundo es que no tiene problemas propios”.

Al final de la primera parte de la película, John y Louise se van a Rusia a cubrir la Revolución Bolchevique. Ambos se convierten en autoridades literarias y el mundo escucha lo que ellos escriben. Es en esta parte donde Warren Beatty me hace un regate y me rompe la cintura, porque las hermosas imágenes facturadas por Vittorio Storaro (se llevó el Oscar a la mejor fotografía merecidamente) parecen transformarse en una oda a la Revolución Rusa. No obstante, si algo me queda claro de esta película, es que tanto John como Louise eran unos románticos que se estrellaron contra un sistema, como el comunismo, que es lo más antitético al Romanticismo que hay. Lo más curioso es que, esta parte del filme, que choca más con mis ideales políticos, me parece mejor que la primera parte. Hay que reconocerle a Beatty que, al utilizar dos puntos de vista, quizás haya logrado narrar la historia de la manera más neutral posible. Por otra parte, quizás todo esto lo esté construyendo yo en mi cabeza.

Con esta obra, Beatty se hizo con el Oscar a mejor director, y creo que gran culpa de ello tiene la diversidad formal del relato. Este es el único largometraje que yo haya visto que combine la ficción y la no ficción de esta manera. Insertar testimonios en la ficción es ya casi una técnica convencional, pero dichos testimonios son siempre ficticios, provenientes del falso documental. En este caso, los testimonios son reales y tampoco es que sigan o guíen los designios de la ficción del largometraje. Es casi como si estuviéramos viendo dos piezas sobre un mismo tema a la vez y fuéramos alternando de una a otra. Así, estamos viendo 3 películas en una (la ficción, fraccionada en dos partes bastante independientes la una de la otra, y la no ficción). Es por eso que la película es excesivamente larga para verla cansado, pero aún así me parece muy recomendable.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Nadie sabe nada (los secretos del cine) (2006)

Esta obra dirigida por Bill Couturié, producida por la cadena de televisión por cable HBO (repitan el mantra conmigo: “HBO, guíanos por el camino de las bienaventuranzas…), trata de encontrar un sistema de reglas que pueda determinar el éxito o fracaso de una película. La conclusión a la que el realizador y los espectadores llegamos, fielmente reflejada en el título español, es que nadie sabe nada. Pregúntenle a los gurús de la economía y todos te dirán lo mismo: a todas las industrias se les pueden aplicar las mismas reglas menos a la industria del entretenimiento. Personalmente, opino que la singularidad de esta industria reside en que es la industria con la mayor densidad de ego del mundo.

El documental da voz prácticamente a todos los estamentos del cine. Por un lado tenemos a actores como George Clooney (el cual declara que hace películas como Ocean’s 11 para poder hacer películas como Buenas noches y buena suerte), a directores como Sydney Lumet, a críticos como Peter Bogdanovich, ejecutivos como Alan Horn o productores como Robert Evans. Se echa de menos la opinión de los que originan la magia del cine, los guionistas.

Al principio del metraje se habla sobre los orígenes del término blockbuster y se dice que Tiburón fue el inicio de toda esta locura de éxitos de taquilla veraniegos. Lo curioso es que, según los responsables de la producción, el resultado final fue totalmente fortuito. El tiburón mecánico que construyeron no funcionó durante la mayor parte del rodaje, así que tuvieron que ingeniar mecanismos visuales y narrativos para enseñar algo que no estaba ahí. De esta manera, una película cuyos productores pensaban que sería un auténtico fracaso, terminó convirtiéndose en el primer blockbuster veraniego de la historia.

Y así hemos seguido, avanzando hacia una época en la que no solo tenemos blockbusters de verano, sino que también los tenemos de navidad (Avatar). Este documental, rodado en 2006, se queda un poco desfasado. Así son los tiempos en los que vivimos, en 4 años la industria ha introducido los blockbusters en 3D y la piratería se nota mucho más.

A nivel formal, este documental no es más que una película de entrevistas e imágenes de archivo, con un muy televisivo estilo de montaje. No es de extrañar, pues ese era el medio al que iba destinado. Aún así, más que un defecto, veo esto como una virtud, ya que, aparte de no aburrir, me resulta interesante discutir la industria cinematográfica desde el lenguaje televisivo, que a todos nos queda claro que está siendo más efectivo a la hora de enganchar a los espectadores que la pantalla grande.

Tuve la suerte de comentar esta película con su Director de Fotografía, Stephen Lighthill. Obviamente, en un documental de estas características, el no tuvo mucha libertad creativa, pero lo más curioso de la producción fue el hecho de que se pagaron 2 millones de dólares solo los derechos de las imágenes de archivo. Se llegó a la absurda situación en la que Warner le cedió los derechos a HBO como si fuera una empresa cualquiera, aunque ambas pertenezcan al mismo grupo empresarial, TimeWarner. Si estas prácticas absurdas son la norma en Hollywood, no me extraña que no haya manera de entender o predecir los resultados de un largometraje en taquilla.


lunes, 13 de septiembre de 2010

Thirst (2009)

La última película de Chan-wook Park es, como toda su filmografía, interesante temática y formalmente. Si Thirst es un buen ejercicio cinematográfico o si es solo una película interesante no lo tengo claro. Lo cierto es que ver a un cura teniendo relaciones sexuales es de por sí llamativo, y si a eso le sumamos que dicho cura, protagonista del largometraje, es también un vampiro, pues podemos flipar. El problema es que, a pesar del barroquismo de su enfoque, parece que Park no ha sabido aprovechar todo el potencial de la premisa.



El Padre Hyun está cansado de ver cómo sus párrocos le piden ayuda en su lecho de muerte sin que él pueda hacer nada. Por ello se inscribe en un programa experimental para obtener una vacuna para el Virus Emmanuel. El experimento falla y todos los pacientes mueren menos el cura. Después del experimento, parece que las plegarias del Padre Hyun salvan a los enfermos moribundos. No obstante, no hay bien que por mal no venga, y el Padre Hyun desarrolla un deseo incontrolable por la sangre y el sexo y una alergia a la luz solar. Como todo buen vampiro, Hyun se enamorará de una mujer, que no es otra que la mujer de uno de los enfermos a los que cura.

Thirst es una historia de vampiros que a veces provoca sonrisas (nunca carcajadas) y que otras veces provoca incomodidad ante lo explícito de sus imágenes. Park ya ha demostrado que es un cineasta que conoce perfectamente el lenguaje fílmico y lo que cada elemento puede provocar en el espectador. La fotografía es excelente y los movimientos de cámara son una delicia. Sobretodo los movimientos de grúa, que son mucho más efectivos que las steady cams que estamos acostumbrados a sufrir en el 90% de las producciones actuales. Los efectos visuales están bien empleados, aunque a veces pecan de un exceso de estilismo y una falta de verosimilitud, para mi gusto. Debido al exceso de efectos visuales, la película parece excesivamente televisiva por momentos, abusando de secuencias de montaje a lo videoclip. Por otro lado, la música está utilizada con oficio y la partitura es bastante bella.

La principal razón por la que esta película no es una obra maestra (tiene potencial de sobra para serlo) es el ritmo. La trama se pierde por momentos y Park fija su atención en aspectos que quizás no son muy interesantes y que dificultan que el espectador siga la trama. Hay una determinada parte del largometraje en la que no queda muy claro si estamos viendo algo real o una alucinación, y si es una alucinación, no sabemos quién la está sufriendo. Esta secuencia, muy graciosa por momentos, pierde más al espectadores que otra cosa. El largometraje tiene un metraje de 133 minutos, 15 de los cuales se podría prescindir para agilizar la narrativa.

No obstante, Thirst es una película cuyo visionado recomiendo por diversas razones. La primera es por ver como evoluciona uno de las cinematografías más interesantes de la última década, como es la coreana, y con ella Chan-wook Park, su máximo exponente junto con Joon-ho Bong. Por otra parte está la temática de la obra. Debajo de una máscara de género de fantaterror, se dejan ver temas tan universales como los triángulos amorosos y la pulsión entre el deseo y el auto control, ingeniosamente representadas en la figura del cura. Si lo que yo os digo no os provoca el interés necesario para ver esta obra, quizás el hecho de que ganó el Premio del Jurado en Cannes en 2009 os anime. 

lunes, 6 de septiembre de 2010

Fuego de juventud (1944)

Repasando la lista de las 10 mejores películas de deportes según el American Film Institute me encuentro con esta muy prescindible película. Me extraña mucho que dicho largometraje se incluya en esta lista, pero igual es que no se han hecho muchas buenas películas de deportes en la historia del cine. Aún así, se me ocurren dos películas de temática deportiva como Titanes, hicieron historia (B. Yakin, 2000) o Una mala jugada (S. Lee, 1998), ambas muy superiores a Fuego de juventud, pero ausentes en la lista. La sorpresa es mayor cuando al repasar la ficha técnica del largometraje dirigido por Clarence Brown veo que la Academia consideró que este trabajo era digno de dos estatuillas y 5 nominaciones. Sorprendentemente, uno de esos Oscars fue para el montaje, aspecto que para nada destaca de esta obra. El otro premio se lo llevó la actriz de reparto Anna Revere, que interpreta a la madre de la protagonista.



Velvet es una chica de 12 años que, por alguna extraña razón, está obsesionada con los caballos. Dicha obsesión parece tener matices eróticos por momentos y, por supuesto, pone en duda la salud mental de la muchacha. Un día, un vecino de la localidad inglesa donde vive la protagonista se compra un caballo bastante indisciplinado que pasa a ser el oscuro objeto del deseo de la pequeña. En ese mismo momento en el que Velvet se enamora, conoce a Mi (Mickey Rooney), un mozo que oculta su pasado y sus conocimientos hípicos pero que, de alguna manera, está relacionado con la madre de Velvet. Desde ese momento, Mi pasará a ser uno más de la familia y ayudará a Velvet a conseguir su meta, que no es otra que apropiarse del caballo, de nombre Pie, y hacerle ganador del National Grand Prix.

El largometraje es infumable en la mayoría de su metraje por muchas razones. Una de ellas es la falta de autenticidad y verosimilitud. Se supone que la historia está situada en un pueblo costero de Inglaterra, pero todos los actores hablan con un perfecto (y poco atractivo) acento americano. Por otra parte, nos encontramos en la década de los 20 (que en Inglaterra era de todo menos violenta) y la manera de comportarse de todos los personajes provoca que desee abofetearles sin piedad. El exceso de ñoñería es vomitivo, pero supongo que así es como queríamos que actuaran nuestros hijos en los años 40. La actriz Vanessa Williams dice que esta película es de sus favoritas porque podía identificarse con la relación entre Velvet y Pie. Yo, por el contrario, no soy capaz de entender por qué un ser humano quiere compartir su mundo con un animal de otra especie, a pesar de haberme criado con un perro y un gato. Somos la única especie que lo hace…

Si por algo salvo esta película de la quema, es por una memorable carrera casi al final del metraje. Está rodada con maestría y se crea una gran tensión. Si dicha emoción es más propia de la equitación que del cine no lo tengo claro. Aún así, mi conclusión es la siguiente: A no ser que sea usted un amante de los caballos, si se encuentra con este largometraje, pase de largo. El mundo está lleno de cosas más interesantes que hacer que ver esta película.