domingo, 30 de mayo de 2010

Luna Nueva (1940)

Siempre es un placer ver una película de Howard Hawks. Aunque a veces su lenguaje visual es un poco primitivo (típico del período clásico), la importancia que el realizador le da a la historia provoca que el espectador esté enganchado a ella desde el primer fotograma. Luna Nueva (extraña e incomprensible traducción del título original His Girl Friday) es una de esas películas que reúne los elementos más característicos de la filmografía de este director: una trama rica, unos personajes con química, diálogos cargados de dobles sentidos y ritmo, mucho ritmo.



Luna Nueva cuenta la historia de Hildy Johnson, una reportera que se divorcia de su jefe de redacción y que, tras unos meses de descanso, decide casarse de nuevo y abandonar el periodismo. La idea de Hildy es la de convertirse en una ama de casa gracias a la tranquilidad que le propicia su prometido, un insípido vendedor de seguros. No obstante, Hildy tendrá que luchar contra su ex marido Walter Burns, el cual no solo  quiere volver con ella, sino que no desea perder su mejor reportera. Para ello idea toda una serie de estratagemas que obligarán a Hildy a cubrir el caso más importante de su carrera mientras su aburrido prometido la espera.

Lo interesante de esta película es cómo, en el contexto en el que se produjo, los creadores apuestan por reivindicar el modelo de mujer independiente, aventurera y romántica contra el modelo más institucional de ama de casa obediente. Hildy se debate durante todo el filme entre hacer lo que ella cree que quiere hacer (porque la sociedad le dice que eso es lo que debería querer) y entre lo que de verdad quiere hacer. Hollywood solía retratar personajes femeninos parecidos mediante el arquetipo de la femme fatale, pero en este caso nos encontramos con una mujer totalmente honesta. Una buena persona que siente una gran pasión por el periodismo.

Una gran pasión que se describe magistralmente en el film, el cual está casi rodado en su totalidad en la única localización de la sala de prensa de la cárcel de Nueva York. El ritmo frenético con el que los personajes hablan (quizás los diálogos más rápidos de la historia del cine) y actúan sorprende. Todos los gurús de la comunicación afirman que los avances tecnológicos han provocado que los que se dedican a la comunicación no puedan esperar ni descansar. Sin embargo, en este filme, y con los muy limitados medios de una máquina de escribir y unos cuantos teléfonos, los periodistas no dan abasto con los sucesos. La diferencia con películas de periodismo actuales es que los periodistas armados hasta los dientes con iphones y portátiles parecen no tener ni la mitad de pasión que estos reporteros de los años cuarenta.

Pero por encima de todo, si hay algo que me gusta de esta película es Cary Grant. No es el Cary Grant caballeroso y correcto al que estamos acostumbrados. Aquí Grant es el malo, el que urdirá artimaña tras artimaña para mantener a Hildy en su plantilla y si puede ser, como esposa (aunque eso, la verdad, le importa menos). Es un jefe de redacción workahólico (y nosotros que creíamos que esto era un síndrome propio de nuestro tiempo) que se vale de todos los medios de los que dispone (legítimos o no) para conseguir que las cosas salgan como él quiere. Este Cary Grant es muchísimo más atractivo que el galán al que estamos acostumbrados. 

domingo, 23 de mayo de 2010

Intersetalla 5555: The 5tory of the 5ecret 5tar 5ystem (2003)

Es este un muy curioso film que podríamos denominar como vanguardista (definitivamente como no convencional). Este es quizás el video-clip de mayor duración jamás producido. No es más que la traducción visual del disco Discovery del dúo francés Daft Punk. El house, dance, electro o cualquier música que se incluya en el tracklist de las discotecas de moda no suele ser santo de mi devoción, pero he de reconocer que siempre he sentido cierta afinidad por esta dupla. One more time, el tema que abre este largometraje, está en la banda sonora de mis 15 años, época en la que empecé a frecuentar discotecas. Y Digital Love es uno de mis temas predilectos y posiblemente uno de los video-clips de mejor calidad que jamás se hayan producido.


Este video-clip, al igual que todos los demás que se produjeron para promocionar el disco en 2001, se incluyen dentro de esta película, así que de alguna manera se puede decir que sirvieron de trailer. La historia que se vislumbraba en estos videoclips se relata de manera brillante en este largometraje que fue estrenado en Cannes. El guión es de los mismos Daft Punk y el diseño de personajes del genial Leiji Matsumoto. De hecho, lo primero que me llamó la atención de Digital Love fue el gran parecido al aspecto visual del Capitán Harlock, obra cumbre de este animador japonés.

La historia, que se cuenta sin diálogos y con pocos efectos sonoros, es la siguiente: un malvado productor abduce a una banda alienígena y, en un laboratorio, la transforma en el último éxito en las listas de venta. Esta línea argumental, que puede parecer simple, inverosímil o incluso inmadura, sirve como vehículo para la reflexión que Daft Punk hace de la industria musical. En la actualidad, las listas de éxitos se ven plagadas de grupos diseñados en laboratorios que perpetúan un modelo probado científicamente que, en estos momentos, se ve al borde del abismo. La música y el arte seguirán siempre, pero quizás los productores musicales como el que aparece en este largometraje desaparecerán. No deja de resultar curioso que un grupo cuyos temas suenan con asiduidad en las pistas de baile se proyecte como “fuera del sistema”.

El principal problema con esta obra, estéticamente insuperable, es que te tiene que gustar la música de este grupo. Antes he dicho que sentía cierta afinidad por Daft Punk, pero esta no es suficiente para que jamás haya querido escuchar un disco suyo entero. Me sorprende que de un género musical tan poco narrativo como el dance, se haya podido elaborar una historia decente. Esta es la gran lástima. Hay otros géneros y artistas cuya música es más narrativa y de la cuál se podrían producir grandes historias. A bote pronto se me ocurren obras maestras como Argus de Wishbone Ash, o Scenes from a Memory de Dream Theater como discos conceptuales de los que se podría sacar más jugo con un producto audiovisual de estas características. 

domingo, 16 de mayo de 2010

Samurai Champloo (2004)

El término “champloo” proviene de Okinawa, la isla tropical de Japón. Dicho vocablo puede traducirse como “batiburrillo” y la verdad es que no se me ocurre mejor palabra para definir este anime de 26 capítulos. De todos es sabido que las mezclas son armas de doble filo que dependen mucho de la maestría del mezclador. La mayoría de nosotros crearíamos un estropicio si mezcláramos kimchee coreano con turrón de Jijona, pero igual Ferrà Adrià consigue hacer un plato exquisito (de todas formas yo prefiero un buen filete en un bar de menú, pero supongo que si el río suena es porque agua lleva). De la misma manera, la mayoria de los mortales fracasaría al mezclar Hip Hop y Samurais, pero en cambio Sinichiro Watanabe produce una obra maestra.



Aún a riesgo de sonar pedante (o precisamente con esa intención), esa es la calificación que se merece esta serie de anime. El opening con el que empieza la serie ya da muestra de lo que va a ser la marca de la casa: una combinación de elementos con la finalidad de crear momentos puramente estéticos. Esta excelencia se consigue a través de un grafismo inmejorable, de un diseño de sonido excepcional y de una música sencillamente brillante. Pero estas tres cosas adquieren un valor añadido porque hay un concepto que las sustenta.

El concepto es el siguiente: En el Periodo Edo (entre 1607 y 1868) Japón se aisló del resto del mundo y aparecieron los elementos culturales que todos reconocemos como eminentemente japoneses. Una de estas figuras es la del samurai. Pero lo que no es tan conocido es que en ese periodo se asentaron las bases de la hoy potente cultura pop japonesa. Por ejemplo, el ukyo-e, el arte de las estampas japonesas, fue concebido en ese periodo y sus grandes exponentes, Hiroshige y Hokusai, eran considerados más como creativos que como artistas. El estilo del ukiyo-e se ve reflejado en el kimono japonés, y también en el manga, el cuál a su vez influencia la actual moda japonesa. En otras palabras, lo que Watanabe propone es una comparación entre el Japón actual y el Japón del período Edo. Y hace esa comparación aglutinando algo tan japonés y vetusto como el samurai y algo tan poco japonés y tan actual como el Hip Hop. A través de esta comparación, nos daremos cuenta de que en algunas cosas, Japón ha cambiado para bien (abriéndose al mundo) y que en otras no ha cambiado tanto, o que incluso se está produciendo un retorno a la mentalidad del periodo Edo en cuanto a la sexualidad (según la serie, el periodo Edo se puede comparar con la Grecia clásica por aceptación de la sexualidad).

Los cuatro elementos del hip hop se ven representados en esta producción. El breakdance viene de la mano de Mugen, un ronin violento con aspecto de surfero que incorpora el breakdance a su estilo de lucha. El djing, el elemento fundacional del hip hop, se ve representado en el montaje de la serie. Cuando hay un montaje alterno, la transición entre escenas se hace mediante el scratch. El rap aparece en la cabecera y en algún capítulo aparecen personajes que hacen beatbox. Por último, el graffiti aparece en un capitulo, cuando dos hijos de un samurai deciden abandonar el bushido para adoptar el camino del tagging.

Supongo que usted, el lector, se encontrará un poco perdido en estos momentos. ¿Samurais? ¿Hip Hop? ¿Ukyo-qué? ¿Período Pedo? No se preocupe, en realidad la trama es bastante simple y todos estos elementos fluyen sin dificultades. Fuu, una adolescente, consigue los servicios de los samurais Mugen y Jin para que le ayuden a encontrar a un samurai que huele a girasoles. La historia es así de simple. Lo sustancioso es todo lo demás que he comentado anteriormente. Si como yo, ustedes son buscadores incansables de lo estético, no puede permitirse pasar esta serie por alto.

domingo, 9 de mayo de 2010

Pyongyang (2003)

Esta es la primera vez que hago una incursión en eso que se ha dado en llamar “cómic documental”. Este trabajo narra las aventuras (o mejor dicho, desventuras) de su autor, el dibujante y animador canadiense Guy Delisle, en el país más hermético del mundo: Corea del Norte. A través de este libro, nos hacemos una imagen mental no solo de lo crudas que están las cosas en el país de Kim Jong-il (que curiosamente ha sido parodiado recientemente por Joaquín Reyes en Muchachada Nui), sino que aprendemos un poco sobre cómo funciona la industria de la animación y cómo es el día a día de alguien que se siente extranjero (o sea, un occidental que se va a Oriente o a África, o viceversa, porque irse de Erasmus a Inglaterra no es irse al extranjero).

Como español residente en Corea del Sur (por primera vez me estoy sintiendo totalmente extranjero, sobre todo cuando veo mi tarjeta de residencia y pone “Alien Registration Card”) al que le gusta mucho la animación, comprenderéis, queridos lectores, que esta novela muy mala debería ser para no despertar mi interés. Nunca me ha gustado la caricatura estilizada occidental. El cómic europeo más mainstream siempre ha sido el que se ha dibujado de esta manera, con intenciones cómicas, y aunque disfruto un Mortadelo y Filemón como todo hijo de vecino, nunca he tenido la tentación de comprarme un ejemplar. El dibujo de Pyongyang es así, altamente estilizado a la europea, y no se toma en serio a sí mismo. Lo cuál es muy sabio, porque visto lo visto y leído lo leído, la única manera de la que uno puede hablar de esta dictadura comunista es mediante el enfado extremo o mediante la ironía, y Delisle opta por lo segundo. Delisle trabajó supervisando un proyecto de animación en Pyonyang durante dos meses, y nadie quiere estar cabreado durante un periodo de tiempo tan largo, así que uno aprende a ver las cosas con humor. ¡Qué remedio!

Este cómic está pintado en escala de grises, como gris es la vida en Corea del Norte. Sí Corea del Sur me parece gris, imaginaros cómo debe ser al otro lado del DMZ. La vida de Delisle consistía en ir de un hotel para extranjeros al estudio de animación y de vuelta al hotel. Todo esto lo hacía siempre acompañado de su intérprete, ya que no tenía permitido caminar sin él. Su gris existencia se veía tenuemente coloreada por visitas casi obligatorias a los monumentos de la Represión Comunista. Seguramente, empezó a trabajar en este cómic una vez salió del país, ya que igual hubieran acusado esta obra de subversiva.

Las cosas que el dibujante canadiense relata con ironía, a pesar de parecer inverosímiles a los ojos de personas que se han criado en democracia, me las creo a pies juntillas. El confucianismo y el cristianismo son un matrimonio perfecto que solo es superado por el que forman el confucionismo y el comunismo coreano, el cual es un cristianismo donde Dios es sustituido por Kim Il-sung, y Jesucristo es sustituido por Kim Jong-il. Una frase que no me canso de repetir es la siguiente: Los coreanos sólo son personas cuando están borrachos, cuando están sobrios son robots (por eso se pasan casi la mitad de su vida en estados cercanos al coma etílico). A tenor de lo que Delisle relata, esto pasa a ambos lados de la frontera (y a juzgar por el comportamiento de los chinos que conozco, también pasa en China).

Vivir bajo una dictadura es triste, pero en el caso coreano, la dictadura es solo la punta de un iceberg llamado confucianismo que se ha ido creando a lo largo de siglos. En el caso surcoreano, poco a poco, gracias a la globalización cultural, los surcoreanos aprenderán a romper las cadenas de la autocensura y a ser personas más libres. Los ciudadanos de Pyongyang, por desgracia, lo tienen más crudo.

domingo, 2 de mayo de 2010

Black Lagoon (2006)

Este es sin duda uno de los animes que más me ha sorprendido hasta la fecha. Las series de pistolas nunca han sido muy de mi agrado y esta no tiene los dos elementos que más me atraen del anime: los samurais y la fantasía. Dos aspectos destacan sobremanera de esta serie: El primero es el uso de la violencia excesiva y gratuita, lo cual para algunos puede ser un defecto, pero para mí suele ser una virtud y en este caso es así. Las escenas de lucha están perfectamente coreografiadas y las balas y la sangre se mueven con gracia sobre la pantalla. La lástima es que la animación no es de máxima calidad en algunos momentos. El otro aspecto que llama la atención es uno de sus temas: el existencialismo. Resulta extraño que haya una carga filosófica tan potente en un anime en el que el 70% de las escenas son tiroteos inverosímiles. ¡Así es, señores! A Sunao Katabuchi, director de la serie, no le tiembla el pulso a la hora de introducir una cita de Jean-Paul Sartre después de que una pistolera se haya merendado a no menos de 20 matones.

La Black Lagoon es una compañía de transportistas del Sudeste Asiático, que lo mismo transporta materiales legítimos, que transporta droga, armas y esclavos. El equipo original estaba originalmente compuesto por Dutch, el líder de la banda, de raza negra; Benny, el informático judío y Revy, una china-americana infalible con las armas de fuego. En una misión toman como rehén al japonés Rokuro Okajima, el cual trabajaba para una multinacional japonesa transportando una mercancía en el Sudeste Asiáico. Su empresa, al enterarse de que Okajima ha sido secuestrado y de que este es conocedor del auténtico valor de la mercancía, decide que este debe morir. Rokuro Okajima, sufriendo de Síndrome de Estocolmo, y cansado de un trabajo que, en palabras suyas, “consístía en hacer reverencias a mis superiores y en emborracharme con ellos”, ruega a la Black Lagoon que le acepten como uno más.


La compañía acepta, y desde entonces, Okajima, ahora rebautizado como “Rok”, se moverá en el limbo entre la vida normal y correcta que tenía antes y el mundo decadente de los piratas, encarnado en la ficticia ciudad tailandesa de Roanapur. A Rok (y a nosotros como espectadores) le fascina esta ciudad donde están representadas todas las grandes mafias (la italiana, los carteles, la Triada de Hong Kong y la que tiene más peso en la serie, la rusa). No obstante, Rok no se permite a sí mismo integrarse en esta sociedad, debido a una superioridad moral que el cree tener con respecto a su nuevo círculo social. Es por eso que no se deshace de su traje y su corbata ni se permite a si mismo tener una pistola (lo cual sería lo mas sensato, dadas las circunstancias). De esta manera, Rok sigue sintiendose él mismo.

Como el mismo Rok dice al final de la serie, cuando alguien le está apuntando con una pistola, “a algunos les pone matar a personas con dos pistolas, a otros les pone empezar guerras y a mi, me pone dar charlas”. A lo largo de toda la serie, Rok intentará moralizar prácticamente a todos los personajes de la serie. Muchas veces, estos personajes reaccionarán con violencia física, pero otras veces, influidos por un extraño afecto que le tienen al personaje, le contestan con existencialismo.

Hay un aspecto bastante curioso de esta serie si se compara con demás productos de animación. Dichos productos no suelen tener mucha relación con la realidad que nos rodea, y por ello no me refiero a la proliferación de temas fantásticos, sino a la omisión a elementos, sobre todo de la cultura pop, de la sociedad que nos rodea. Esto no sucede en Black Lagoon, y así, cuando un personaje se comporta como Arnold Schwarzenegger en Terminator, los demás personajes lo comentarán, haciendo las intertextualidades más explicitas y por qué no, dotándole de más verosimilitud a la historia.