domingo, 25 de abril de 2010

Moribito, guardián del Espíritu Sagrado (2007)

¿Qué pasaría si alguien decidiera adaptar La Princesa Mononoke de Hayao Miyazaki a una serie de televisión? Una de las posibles respuestas a esta pregunta es Moribito, guardián del Espíritu Sagrado. No es una adaptación ya que, objetivamente, no tienen nada en común. Sin embargo, tienen una atmosfera y una temática parecida. Los elementos que son muy comunes en la filmografía de Miyazaki, como la ecología, la magia y la orfandad, están presentes en mayor o menor medida en esta muy recomendable serie. Además, el diseño de personajes es muy parecido y cada personaje de Moribito podría ser incluido en cualquier película del estudio Ghibli.

La historia está situada en un mundo medieval que, a juzgar por la indumentaria de los personajes y la arquitectura, parece estar más inspirado en Corea que en Japón. Este mundo, que recibe el nombre de Sagu, está en constante relación con Nayug, el otro mundo. Aparentemente, cada 100 años, Sagu es amenazado por un demonio del agua procedente de Nayug que provoca sequías. Chagum, el segundo príncipe del Imperio del Nuevo Yogo, es poseído por este demonio y es por eso que su padre, el Emperador, ordena su asesinato. En uno de esos intentos de asesinato, Chagum se topa con Balsa, una lancera de una tierra lejana que se ha prometido a sí misma salvarle la vida a ocho personas sin asesinar a nadie. La madre de Chagum, que por entonces tiene 11 años, le pide a Balsa que le proteja y así el príncipe se convierte en la octava vida que Balsa podrá salvar. Pero para ello, Chagum tendrá que abandonar a su familia y aceptar a Balsa como su nueva madre.



Si por algo destaca esta serie es por el avanzado nivel de su animación. Técnicamente, esta serie es perfecta. No se reutilizan planos salvo en los muy escasos flashbacks. Las escenas de acción son de lo mejor que he visto a pesar de que la sangre brilla por su ausencia. Balsa, como el samurai Kenshin, se ha prometido no matar a nadie a pesar de ser una guerrera prácticamente infalible. Este rasgo del que es el personaje más interesante de la serie está justificado por una de las ideas que se repiten varias veces a lo largo de la historia: todas las vidas tienen el mismo valor, así que asesinar a alguien para salvarle la vida a otra persona no tiene sentido. 

Balsa es una mujer fría que desarrolla sus instintos maternales con Chagum, el cual pasa de ser un infante que se cree elegido por los dioses a ser un niño corriente que descubre los placeres de la vida de los plebeyos. La relación que se establece entre estos dos personajes es muy interesante, yendo desde el recelo mutuo hasta un amor materno-filial casi más real que el que había entre la madre biológica de Chagum y el príncipe. Sorprende que en una historia, que en principio está dirigida a niños o adolescentes, no se produzca la típica simplificación y bipolaridad entre el bien y el mal. En esta serie no hay malos, solo personas equivocadas. En todo caso, el personaje más mezquino es el Emperador, ya que antepone la política a las relaciones familiares.

Otro punto a favor de esta serie es su espléndida banda sonora, obra del constante Kenji Kawai (compositor de la magistral banda sonora de Ghost in the Shell). Curiosamente, esta serie está codirigida por Kenji Kayiyama y por la occidental (me ha sido imposible averiguar su nacionalidad) Kristi Reed. Quizás la inclusión de una sensibilidad occidental es lo que hace de este anime una serie especial.






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