domingo, 2 de mayo de 2010

Black Lagoon (2006)

Este es sin duda uno de los animes que más me ha sorprendido hasta la fecha. Las series de pistolas nunca han sido muy de mi agrado y esta no tiene los dos elementos que más me atraen del anime: los samurais y la fantasía. Dos aspectos destacan sobremanera de esta serie: El primero es el uso de la violencia excesiva y gratuita, lo cual para algunos puede ser un defecto, pero para mí suele ser una virtud y en este caso es así. Las escenas de lucha están perfectamente coreografiadas y las balas y la sangre se mueven con gracia sobre la pantalla. La lástima es que la animación no es de máxima calidad en algunos momentos. El otro aspecto que llama la atención es uno de sus temas: el existencialismo. Resulta extraño que haya una carga filosófica tan potente en un anime en el que el 70% de las escenas son tiroteos inverosímiles. ¡Así es, señores! A Sunao Katabuchi, director de la serie, no le tiembla el pulso a la hora de introducir una cita de Jean-Paul Sartre después de que una pistolera se haya merendado a no menos de 20 matones.

La Black Lagoon es una compañía de transportistas del Sudeste Asiático, que lo mismo transporta materiales legítimos, que transporta droga, armas y esclavos. El equipo original estaba originalmente compuesto por Dutch, el líder de la banda, de raza negra; Benny, el informático judío y Revy, una china-americana infalible con las armas de fuego. En una misión toman como rehén al japonés Rokuro Okajima, el cual trabajaba para una multinacional japonesa transportando una mercancía en el Sudeste Asiáico. Su empresa, al enterarse de que Okajima ha sido secuestrado y de que este es conocedor del auténtico valor de la mercancía, decide que este debe morir. Rokuro Okajima, sufriendo de Síndrome de Estocolmo, y cansado de un trabajo que, en palabras suyas, “consístía en hacer reverencias a mis superiores y en emborracharme con ellos”, ruega a la Black Lagoon que le acepten como uno más.


La compañía acepta, y desde entonces, Okajima, ahora rebautizado como “Rok”, se moverá en el limbo entre la vida normal y correcta que tenía antes y el mundo decadente de los piratas, encarnado en la ficticia ciudad tailandesa de Roanapur. A Rok (y a nosotros como espectadores) le fascina esta ciudad donde están representadas todas las grandes mafias (la italiana, los carteles, la Triada de Hong Kong y la que tiene más peso en la serie, la rusa). No obstante, Rok no se permite a sí mismo integrarse en esta sociedad, debido a una superioridad moral que el cree tener con respecto a su nuevo círculo social. Es por eso que no se deshace de su traje y su corbata ni se permite a si mismo tener una pistola (lo cual sería lo mas sensato, dadas las circunstancias). De esta manera, Rok sigue sintiendose él mismo.

Como el mismo Rok dice al final de la serie, cuando alguien le está apuntando con una pistola, “a algunos les pone matar a personas con dos pistolas, a otros les pone empezar guerras y a mi, me pone dar charlas”. A lo largo de toda la serie, Rok intentará moralizar prácticamente a todos los personajes de la serie. Muchas veces, estos personajes reaccionarán con violencia física, pero otras veces, influidos por un extraño afecto que le tienen al personaje, le contestan con existencialismo.

Hay un aspecto bastante curioso de esta serie si se compara con demás productos de animación. Dichos productos no suelen tener mucha relación con la realidad que nos rodea, y por ello no me refiero a la proliferación de temas fantásticos, sino a la omisión a elementos, sobre todo de la cultura pop, de la sociedad que nos rodea. Esto no sucede en Black Lagoon, y así, cuando un personaje se comporta como Arnold Schwarzenegger en Terminator, los demás personajes lo comentarán, haciendo las intertextualidades más explicitas y por qué no, dotándole de más verosimilitud a la historia.

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