Siempre es un placer ver una película de Howard Hawks. Aunque a veces su lenguaje visual es un poco primitivo (típico del período clásico), la importancia que el realizador le da a la historia provoca que el espectador esté enganchado a ella desde el primer fotograma. Luna Nueva (extraña e incomprensible traducción del título original His Girl Friday) es una de esas películas que reúne los elementos más característicos de la filmografía de este director: una trama rica, unos personajes con química, diálogos cargados de dobles sentidos y ritmo, mucho ritmo.
Luna Nueva cuenta la historia de Hildy Johnson, una reportera que se divorcia de su jefe de redacción y que, tras unos meses de descanso, decide casarse de nuevo y abandonar el periodismo. La idea de Hildy es la de convertirse en una ama de casa gracias a la tranquilidad que le propicia su prometido, un insípido vendedor de seguros. No obstante, Hildy tendrá que luchar contra su ex marido Walter Burns, el cual no solo quiere volver con ella, sino que no desea perder su mejor reportera. Para ello idea toda una serie de estratagemas que obligarán a Hildy a cubrir el caso más importante de su carrera mientras su aburrido prometido la espera.
Lo interesante de esta película es cómo, en el contexto en el que se produjo, los creadores apuestan por reivindicar el modelo de mujer independiente, aventurera y romántica contra el modelo más institucional de ama de casa obediente. Hildy se debate durante todo el filme entre hacer lo que ella cree que quiere hacer (porque la sociedad le dice que eso es lo que debería querer) y entre lo que de verdad quiere hacer. Hollywood solía retratar personajes femeninos parecidos mediante el arquetipo de la femme fatale, pero en este caso nos encontramos con una mujer totalmente honesta. Una buena persona que siente una gran pasión por el periodismo.
Una gran pasión que se describe magistralmente en el film, el cual está casi rodado en su totalidad en la única localización de la sala de prensa de la cárcel de Nueva York. El ritmo frenético con el que los personajes hablan (quizás los diálogos más rápidos de la historia del cine) y actúan sorprende. Todos los gurús de la comunicación afirman que los avances tecnológicos han provocado que los que se dedican a la comunicación no puedan esperar ni descansar. Sin embargo, en este filme, y con los muy limitados medios de una máquina de escribir y unos cuantos teléfonos, los periodistas no dan abasto con los sucesos. La diferencia con películas de periodismo actuales es que los periodistas armados hasta los dientes con iphones y portátiles parecen no tener ni la mitad de pasión que estos reporteros de los años cuarenta.
Pero por encima de todo, si hay algo que me gusta de esta película es Cary Grant. No es el Cary Grant caballeroso y correcto al que estamos acostumbrados. Aquí Grant es el malo, el que urdirá artimaña tras artimaña para mantener a Hildy en su plantilla y si puede ser, como esposa (aunque eso, la verdad, le importa menos). Es un jefe de redacción workahólico (y nosotros que creíamos que esto era un síndrome propio de nuestro tiempo) que se vale de todos los medios de los que dispone (legítimos o no) para conseguir que las cosas salgan como él quiere. Este Cary Grant es muchísimo más atractivo que el galán al que estamos acostumbrados.