Saludos desde Hong Kong y feliz año nuevo chino. Las dos semanas pasadas en Japón han dado para mucho pero la saturación mental en la que me encuentro me impide expresar en palabras todo lo vivido. Os dejo con la crítica de la semana.
Sherlock Holmes
Acudía al cine a ver esta película siendo un completo desconocedor del imaginario del personaje de Arthur Connan Doyle. Más allá del “elemental, querido Watson” y la serie de animación de Hayao Miyazaki (uno de sus trabajos más mediocres), no sabía nada sobre Sherlock Holmes. Así que me disponía a ver esta película sin prejuicios y lo que vi me gustó.
Guy Ritchie ha creado unos personajes totalmente británicos y victorianos, en el mejor de los sentidos. La dupla formada por Robert Downey Jr. (uno de los mejores actores de Hollywood a pesar de sus adicciones) y Jude Law me recuerda mucho a la formada por Sean Connery y Michael Caine en un clásico indiscutible de la aventura como El hombre que pudo reinar. De hecho, ambas películas tienen bastante en común: contexto histórico, trasfondo místico (masonería por un lado y magia en el caso de Sherlock Holmes) y mucho humor inglés.
La dirección de Ritchie es muy interesante, como en cualquiera de sus películas. En esta obra, uno de los elementos formales empleados más interesantes es el flash forward, el cuál se ha usado muy pocas veces en la historia del cine. En este caso, Sherlock Holmes, en el transcurso de una reyerta (lo cual, para deleite de los fans de la acción, sucede muy a menudo), visualiza una secuencia de golpes en su cabeza para, acto seguido, realizar esa misma secuencia de golpes y noquear al adversario.
La dirección artística de la película es muy destacable. Algunos estamos hartos de tragarnos una imagen de la época victoriana limpia y glamourosa hasta parecer ñoña. No obstante, gracias a directores como Tim Burton y el propio Guy Ritchie, estamos accediendo a un siglo XIX, que aunque estilizado, parece más real que el retratado por cualquier película basada en una novela de Jane Austen. La época victoriana fue la época de la Revolución Industrial, donde la mayor parte de la población trabajaba en antihigiénicas fábricas durante una media de 16 horas al día a cambio de unos emolumentos escasos. Reinaba la pobreza, la suciedad, la picaresca, el romanticismo (como filosofía de vida, no lo que el concepto actual que tenemos de cursilería superflua) y la oscuridad.
Lo más destacable de esta película es, sin ápice de duda, el diseño de los personajes principales. Afirman Jude Law y Guy Ritchie que los personajes de este largometraje son más cercanos a los diseñados por Arthur Connan Doyle y me lo creo. Son unos personajes tan socarrones y bribones como británicos. Unos English Gentleman en toda regla. Parece ser que con Sherlock Holmes ha sucedido lo mismo que con otro gran personaje romántico, el Conde Drácula. A ambos, a lo largo del siglo XX, se les reblandecido y colocado un halo de falsa elegancia que en el momento de su creación nunca tuvieron. Todo lo mencionado provoca en mí un deseo de leer una novela original de Sherlock Holmes y compararla con esta película. No obstante, cualquiera que sea el resultado de esa comparación, este filme es uno muy recomendable y entretenido a pesar de su extenso metraje.