Clint Eastwood es posiblemente el realizador más constante de la actualidad. A pesar de su edad (cumple 80 años en Mayo), Eastwood es capaz de regalarnos por lo menos una película cada año. Su ritmo de trabajo solo es comparable con el de Woody Allen, aunque ya quisiera Allen que alguna de sus películas estuviera al nivel de las de Clint Eastwood. Muy al contrario de lo que sucede con Woody Allen, cuya extensísima filmografía está repleta de películas que se copian unas a las otras, la filmografía de Clint Eastwood está repleta de obras singulares e independientes entre sí que, aún así, demuestran el concepto de cine que tiene Eastwood: lo importante es un buen guión, una interpretación cuidada y una narrativa que aprovecha al máximo la transparencia porque lo importante aquí no es el autor, sino la historia.
Invictus no es una película extraña en la filmografía de Eastwood. Es una más de sus películas, es decir, es probablemente una de las 10 mejores películas del año. Invictus narra cómo un recientemente electo Nelson Mandela (genialmente interpretado por Morgan Freeman) aprovecha el tirón del Mundial de Rugby de 1995, celebrado en Sudáfrica, para unir un país que se encontraba dividido racialmente. En dicho campeonato, los Springboks (el equipo nacional de Sudáfrica) se alzaron con el título contra todo pronóstico y su capitán, François Pienaar (interpretado por Matt Damon) destacó la unión del país a la hora de ayudarles a triunfar. Tradicionalmente (incluso todavía hoy), el rugby era el deporte que jugaba la minoría blanca, mientras el fútbol era el deporte de los negros. De hecho, en los Springboks de 1995 sólo había un jugador negro. El objetivo de Mandela era conseguir unir la nación a través del deporte.
La visión de Mandela fue muy acertada, pues en mi opinión, el objetivo primigenio del deporte colectivo es crear un sentimiento de unidad. Un partido de fútbol, rugby o baloncesto no es más que la simulación de una batalla contra un enemigo. Al poder diferenciarnos de un equipo contrario, nos definimos como unidad. El deporte es una válvula de escape que, aunque muchos argumentarán que causa violencia, previene al ser humano de entrar en muchas guerras. Tenemos este instinto agresivo y el deporte es la mejor manera de darle rienda suelta.
Resulta un acto de valentía que un director americano como Clint Eastwood se haya atrevido a rodar un filme sobre rugby, un deporte con muy poco impacto en Estados Unidos. Eastwood sale airoso de la situación y consigue reflejar toda la épica de este grandioso deporte. Que el rugby es “un deporte de hooligans jugado por caballeros” queda totalmente demostrado. Todos los actores parecen jugadores de rugby de verdad por la naturalidad con la que se mueven por el terreno de juego. Mención aparte merece Matt Damon, que se está convirtiendo en uno de mis actores favoritos. Su papel, aunque más pequeño de lo que uno pensaría al ver el material promocional del largometraje, ralla la perfección.
Pero por encima de todo, esta película destaca por su mensaje. Lo mejor de estas películas, moralizantes o divulgativas, basadas en hechos reales, es que el director no quiere que creamos como él porque sí, sino que nos intenta educar a través del ejemplo. Me quedo con los versos del poema que Mandela le da a Pienaar para motivarle y que le presta su título al largometraje: “I am the master of my fate, I am the captain of my soul.”